Redactado por Gerardo Alarcón Campos.
La noche del 14 de septiembre de 1968 un grupo de 5 trabajadores de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla fueron linchados por habitantes de la comunidad de San Miguel Canoa, azuzados por el sacerdote del pueblo, Enrique Meza Pérez, quien los acusó de ser comunistas que habían llegado al pueblo a robar las propiedades de los habitantes e izar una bandera rojinegra en la iglesia del pueblo.
San Miguel Canoa es un pueblo nahua ubicado en las faldas del volcán La Malinche en Puebla. Al igual que otras comunidades indígenas de la región, padecía altos índices de marginación y pobreza; la mayoría de los habitantes no hablaba español y la vida política, ideológica y administrativa de la comunidad se encontraba en manos del sacerdote del pueblo, Enrique Meza Pérez.
El Sacerdote, aprovechándose del fervor católico de las comunidades, construyó un coto de poder político en la comunidad, lo cual le redituaba grandes sumas de dinero a causa de la petición de cuotas a la comunidad. Si bien parte del dinero fue utilizado para dotar a la misma de cierta infraestructura, la mayoría iba a parar al bolsillo del sacerdote.
En la capital del país se encontraba en pleno apogeo el movimiento estudiantil. La reacción del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz fue la de criminalizar a los estudiantes y argumentar que el movimiento carecía de demandas legítimas, sino que en realidad se trataba de una conspiración comunista para sabotear el progreso y desarrollo del país que se encontraba en vísperas de la inauguración de los juegos olímpicos.
El discurso anticomunista del diazordacismo hizo eco en la iglesia católica, la cual llevaba su propia agenda anticomunista. Particularmente en el estado de puebla la ultraderecha católica poseía un profundo arraigo, tanto dentro de las diócesis como de las organizaciones de la sociedad civil católicas, ejemplo de ello es la Organización Nacional del Yunque.
Enrique Meza, influido por el delirio anticomunista, tergiversó ante la población los sucesos que ocurrían en la ciudad de México, expresando en misa que los estudiantes habían izado una bandera rojinegra en el zócalo e irrumpido en la Catedral para sonar las campanas, hechos interpretados desde su lógica como una declaración de guerra por parte del comunismo contra el gobierno y la iglesia católica, exhortando a sus feligreses a prepararse para la llegada de los comunistas a Canoa, pues irían a matarlo, a destruir la iglesia y su santo patrono, al Arcángel San Miguel y a robar las pertenencias y propiedades de los habitantes.
Los pobladores de Canoa, con un escaso y prácticamente nulo contacto con el exterior, tomaron al pie de la letra las declaraciones del sacerdote, convirtiendo a todo forastero en una potencial amenaza contra su comunidad.
El 14 de septiembre Julián González Báez, trabajador de la BUAP, invitó a sus compañeros: Ramón Gutiérrez Calvario, Jesús Carrillo Sánchez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre, a una excursión al volcán la Malinche. El plan era acampar en las faldas del volcán y posteriormente, la mañana de día 15, iniciar el ascenso a la montaña. Al llegar al lugar, una inesperada lluvia saboteó los planes de los excursionistas, por lo que se verían obligados a solicitar asilo en la comunidad más cercana: San Miguel Canoa.
Al llegar al pueblo, la mayoría de los habitantes se mostraron hostiles con los forasteros, negándoles asilo, así como venderles alimentos o agua. Los excursionistas incluso solicitarían asilo en la iglesia, pidiéndole a Enrique Meza permiso para dormir dentro de dicho lugar, a lo cual se negaría rotundamente. Finalmente, Lucas García García, un tendero local, les daría hospedaje y algo de cenar para que pudieran proseguir su camino a la mañana siguiente.
La llegada de los forasteros al pueblo no pasó inadvertida, y los pobladores comenzarían a ver en ellos a los despiadados comunistas que habían llegado para saquear al pueblo y arrebatarles su fe. La paranoia sería alimentada por Enrique Meza, quien giraría instrucciones para convocar a los pobladores en la iglesia mediante el sistema de altavoces de la comunidad y haciendo sonar las campanas. Meza instigaría a los pobladores para atacar la tienda de Lucas, sacar a los excursionistas y los obligaran a decir cuando vendrían más comunistas, donde estaban las armas y propaganda y darles un escarmiento.
La multitud irrumpiría en la casa de Lucas quien, entre español y náhuatl, trató inútilmente de hacer entrar en razón a la turba. Lucas sería asesinado con un machetazo en el cuello y rematado con un disparo en el pecho. El mismo destino tendrían Odilón García, hermano de Lucas, Jesús Carrillo y Ramón Gutiérrez, quienes también serían asesinados a machetazos y rematados a disparos dentro de la vivienda. Julián González, Roberto Rojano y Miguel Flores, serían amarrados y llevados a rastras a la plaza del pueblo donde, frente a la iglesia, serían torturados para confesar donde guardaban las supuestas armas y propaganda.
Los habitantes cerraron los accesos al pueblo con barricadas. De los pocos policías que había en el lugar, la mayoría estaba participando en el linchamiento y solo unos pocos trataron de comunicarse a Puebla para pedir ayuda. De igual forma, algunos de los pobladores trataron de impedir el linchamiento, pero fueron rebasados por la turba. En algún punto, los habitantes propusieron asesinar a los tres excursionistas y arrojar los cadáveres a una barranca aledaña para que nadie supiera lo que había pasado.
Finalmente, a las 5 de la mañana del día 15, los granaderos y la cruz roja pudieron ingresar a Canoa para rescatar a los 3 excursionistas. Todos resultaron gravemente heridos; Julián González perdería 3 dedos a causa de un machetazo en la mano.
Pese a la indignación que generó este suceso, y el impacto posterior que tuvo a causa de su representación en la película Canoa de Felipe Cazals, ninguno de los autores materiales del linchamiento fue juzgado; Enrique Meza fue encubierto por la iglesia, quien lo reubicaría en otro lugar, siendo un misterio hasta la fecha su paradero y año de su posible fallecimiento.
Canoa demuestra que no hay discursos inocentes, que las opiniones y discursos intolerantes no son simples comentarios, sino que se materializan en actos de odio, en muerte.
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