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El Movimiento Estudiantil de 1968, V: La Batalla por el Zócalo.

Redactado por Gerardo Alarcón Campos. 

La creación del Comité Nacional de Huelga dotó a los estudiantes de un aparato organizado y representativo de conducción para el movimiento y la creación del pliego petitorio dio un eje de acción claro y preciso que determinó su rumbo: el cese de la represión y la rendición de cuentas de las autoridades responsables.

El 8 de agosto, los profesores de la UNAM, IPN, Chapingo y la Normal constituyen la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior Pro-Libertades Democráticas y esta se adhiere a las exigencias plasmadas en el pliego petitorio y a la declaración de huelga convocada por el CNH. Alumnos y maestros caminan juntos y no aceptarán que otros organismos y actores, así fuesen institucionales, pretendan usurpar la dirigencia y legitimidad del movimiento y pacten con el gobierno a espaldas de los estudiantes.

La integración del CNH y la Coalición como interlocutores del movimiento frustran las pretensiones del Departamento del Distrito Federal de pactar con las autoridades del IPN para disuadir la movilización estudiantil bajo la promesa de sancionar a algunos elementos policiacos por los actos represivos ocurridos el 23 y 26 de julio, y con la promesa de revisar los casos de los detenidos para ver si estos podían alcanzar la libertad, iniciativas que de ninguna manera estaban cerca de satisfacer las demandas planteadas en el pliego petitorio.

Por su parte la base estudiantil se propone a llevar las demandas plasmadas en el pliego petitorio a la población en general para sumar a diversos sectores populares y combatir la desinformación difundida por el Estado a través de los medios. Es así como nacen las brigadas estudiantiles, grupos de jóvenes organizados para la realización de labores de propaganda las cuales consisten desde las tradicionales pegas de carteles, realización de pintas y la difusión de panfletos a la realización de mítines relámpago e incluso performances para dar a conocer los motivos de lucha.

Gracias a estas labores, la población capitalina comienza a ver de otra manera a los estudiantes: ya no como simples jóvenes revoltosos e irreverentes, sino como personas que quieren cambiar al país de fondo y que ponen su conocimiento al servicio del pueblo.

Pero pese a estas innovadoras técnicas de propaganda política, el Estado mexicano también pone a trabajar a sus aparatos propagandísticos y comienza a difundir mediante los medios de comunicación que se está poniendo en marcha una conjura comunista contra México, invisibiliza las demandas contenidas en el pliego petitorio, responsabiliza a los estudiantes de los disturbios de los últimos días e incluso llega al absurdo de crear noticias falsas, como una donde se llegó a afirmar que uno de los estudiantes que había muerto durante los enfrentamientos ocurridos en las inmediaciones del zócalo a causa de una fractura de cráneo propinada por un granadero, en realidad falleció a causa de ingerir una torta envenenada.

La respuesta estudiantil es contundente. Los estudiantes apedrean las instalaciones del periódico Novedades y en la explanada de Rectoría de la UNAM se realiza la quema de la prensa vendida en donde arden cientos de ejemplares de los principales diarios.

El 12 de agosto, el CNH hace una invitación a los diputados para sostener el dialogo público en la explanada de la rectoría. Así mismo hacen un llamado a todos los estudiantes y pueblo en general a que al día siguiente, 13 de agosto, se unan a una manifestación que tenía como destino el Zócalo.

Un contingente de 100 mil estudiantes del IPN, UNAM, Chapingo, las normales, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Colegio de México, los Centros de Capacitación para el Trabajo Industrial, escuelas secundarias y representantes de universidades a nivel nacional salen de Santo Tomás y se dirigen hacia el Zócalo.

En el trayecto los estudiantes ven como han rendido fruto las labores realizadas por las brigadas. Las consignas de ¡Únete Pueblo! Y ¡México, libertad! Calan en lo profundo de la población y al contingente empiezan a sumarse trabajadores, desafiando al control y las amenazas del sindicalismo oficial. La represión y el autoritarismo no eran un problema que solo afectaba a los estudiantes; afectó a los ferrocarrileros, a los maestros, a los médicos, a campesinos y trabajadores tanto en la ciudad de México como en el interior del país.

Y efectivamente, el pueblo se unió. Al Zócalo, esa plaza de uso exclusivo para el presidente de la república, el espacio usado por el régimen para sus demostraciones de poder movilizando amplios contingentes de masas bajo el control de sus organizaciones corporativistas, o para proclamar vivas cada 15 de septiembre, cada informe de gobierno o con motivo de los viajes del presidente, se vio inundada por un aproximado de 250 mil personas exigiendo el cese de la represión, castigo a los culpables y liberación de los presos políticos.

 La sacralidad de la plaza presidencial se vio deshecha por las consignas exigiendo el diálogo público así como por la irreverencia y hartazgo de estudiantes y ciudadanos que al grito de “¡Sal al balcón, hocicón!” exigían a Díaz Ordaz qué saliera a dar la cara al movimiento y atender las demandas.

El CNH dio lectura de las listas de muertos, heridos y desaparecidos desde el 26 de julio, y concluyó el mitin con la entonación del himno nacional, la dispersión pacifica de todos los participantes y la promesa de regresar si el gobierno mexicano seguía negándose a atender las demandas. El CNH había logrado una victoria histórica. Sorprendentemente, los aparatos represivos no impidieron la entrada de los manifestantes al Zócalo, pero el Estado mexicano tampoco iba a seguir permitiendo que su poder y autoridad fuesen desafiados.

En principio, la invitación al dialogo público fue tomada por el Estado mexicano como una provocación en su contra. Más aún, porque el CNH exige que este sea transmitido en vivo por radio y televisión. La cámara de diputados manifestó que ningún legislador, fuere del partido que fuere, se prestaría a dialogar con los estudiantes de manera pública para no mancillar su investidura institucional.

Por su parte, Luis Echeverría en conferencia de prensa saldría a reconocer que el diálogo era la vía para la solución del conflicto, por lo que insta a las autoridades universitarias a designar a los representantes que consideren convenientes para tal labor. Sin embargo, con esto Echeverría y el gobierno federal desconocían al CNH como interlocutor del movimiento.

El CNH acepta la invitación al diálogo y de igual manera acepta que el gobierno elija a los representantes que considere pertinentes, pero sigue haciendo énfasis en que este debe realizarse de manera pública para garantizar la plena resolución de las demandas estudiantiles y evitar que una negociación a puerta cerrada que pudiera ser usada por el gobierno para coaccionar o amenazar a los representantes estudiantiles.

Por su parte Díaz Ordaz tomó los insultos contra su persona no solo como un agravio contra la investidura presidencial, sino como una afrenta personal. Quienes le conocieron y trataron coinciden en que Díaz Ordaz era una persona rencorosa, vengativa y acomplejada que en más de una ocasión llegó a usar su poder para ejecutar venganzas personales. Ejemplo de ello fue el secuestro y simulacro de fusilamiento del caricaturista político Eduardo del Rio, Rius, por el hecho de dibujarlo con rasgos exagerados como una cabeza y dientes grandes.

Los estudiantes no ceden. Ya habían derribado el muro invisible que protegía al Zócalo y se proponen no solamente volver a marchar hacia él con el doble de asistentes, sino permanecer en la plaza hasta que el dialogo público se hiciera una realidad. Las brigadas estudiantiles alistan la propaganda e intensifican labores.

Pese a las campañas del gobierno, la población simpatiza cada vez más con los estudiantes. Algunos se dan a la tarea de establecer contacto con los sectores obreros lo cual les traería confrontaciones con los sindicatos oficiales. En otros casos, la población buscaría el apoyo de los estudiantes; ejemplo de ello son los locatarios del marcado Santa Julia, quienes gracias a la asesoría de estudiantes de derecho y a la realización de mítines de apoyo, lograron la liberación de 240 locatarios encarcelados en la delegación Iztacalco.

Por su parte, algunos campesinos de la localidad de Topilejo en la Sierra del Ajusco, quienes exigían a una línea de autobuses local el pago de una indemnización producto de una volcadura que había cobrado la vida de algunos pasajeros, así como la reparación de los caminos. La represión local, dirigida por la CNC se negó a atender la solicitud de los campesinos por lo que estos recurrirían a los estudiantes, quienes respondieron realizando brigadas de apoyo legal, médico y agrotécnico en la localidad.

Pero, así como los simpatizantes de movimiento crecían en número, la maquinaria represiva del Estado mexicano se alistaba para atacar y destruir el movimiento a toda costa.

El 27 de agosto, se desarrollaría otra marcha con rumbo al Zócalo capitalino. La marcha tendría como punto de salida el Museo de Antropología, bajaría por Paseo de la Reforma y concluiría en el Zócalo Capitalino. Ese día, el movimiento dejó de ser exclusivamente estudiantil y pasaría a ser una amplia movilización popular.

Sindicatos médicos y petroleros entrarían en huelga en apoyo a los estudiantes, mientras que, en entidades como Puebla, Guanajuato, Michoacán, Querétaro, Hidalgo, Durango, Tamaulipas, Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes, Baja California, Nayarit, Morelos, Tabasco, Oaxaca y Sinaloa se declaran en apoyo al movimiento estudiantil.

Los manifestantes al grito de ¡México, libertad! Y ¡Únete Pueblo! Marchan mientras desde las ventanas los espectadores aplauden y repiten las consignas. Al llegar al cruce de Reforma y Bucareli, sede de los principales periódicos de la época, los manifestantes hacen evidente sur repudio y rechazo en contra de esos órganos de comunicación que los ha pintado como saboteadores comunistas enemigos del progreso del país.

Un aproximado de 400 mil personas llegan al Zócalo en donde se desarrolla el mitin, el punto clímax de toda manifestación. Algunos estudiantes de medicina entran en la Catedral Metropolitana y hacen sonar las campanas. Los oradores del CNH toman la palabra. Hablan sobre las violaciones a la constitución, de la represión contra el pueblo, de la importancia de derogar los artículos respecto a la disolución social y celebran que de nueva cuenta se han apoderado de la plaza presidencial.

Pero en ese momento, comienza a operar la maquinaria represiva. Sócrates Amado Campos Lemus, delegado de la Escuela Superior de Economía del IPN toma la palabra. Llama a los ahí presentes a instalarse en el Zócalo y no retirarse hasta que se celebre el diálogo público y emplaza a Gustavo Díaz Ordaz a presentarse en el Zócalo el primero de septiembre a las 10:00 de la mañana. Sócrates ordena a las brigadas estudiantiles a montar guardia para custodiar la plaza.

En un principio el propio CNH cuestiona y critica la intervención de Sócrates, pero al ver que la audaz propuesta hace eco en las masas deciden seguir adelante. Dicha acción no era inocente, se trataba de una abierta provocación hacia el presidente y la instalación de un plantón en el espacio destinado a reverenciar su figura cada 1 de septiembre representaba una afrenta directa que debía ser respondida con inmediatez. Sócrates lo sabía, pues los eventos posteriores al 2 de octubre y el hallazgo de un documento en los archivos de gobernación indicarían que actuó como un agente provocador e infiltrado de la Secretaría de Gobernación dentro del CNH.

Los estudiantes improvisan casas de campaña en la plaza. Otros duermen en los autobuses universitarios que los trajeron hasta el Zócalo. No han terminado de instalarse cuando a la 1:00 am del 28 de agosto, el Zócalo fue rodeado por dos batallones de infantería, un batallón de fusileros paracaidistas, 12 carros blindados armados con ametralladoras ligeras, 400 patrullas de la policía preventiva y cuatro batallones de granaderos.

Las fuerzas de seguridad irrumpen en la plaza. Rompen pancartas, destruyen las casas de campaña hechiza, reparten culatazos, golpes y a bayoneta calada repliegan a los manifestantes hacia la torre del caballito. En el trayecto se reportan enfrentamientos y golpizas entre manifestantes y soldados.

Al amanecer, el Estado monta un performance. En la asta bandera habían colocado una bandera rojinegra. No fueron los estudiantes, se presume que los responsables de colgarla pudieron ser los propios soldados o algún agente infiltrado. El caso es que la existencia de esa bandera representaba un desagravio contra el lábaro patrio.

Aunado a ello, la iglesia católica de igual manera considera que la catedral fue profanada por los estudiantes. Para cerrar la cadena de agravios, la presidenta de la república considera que el emplazamiento al dialogo es una falta de respeto y anuncia que no cederá ante las provocaciones de elementos agitadores probablemente pagados por las embajadas soviética y cubana.

A las 11:00 am, el gobierno moviliza a un ejército de 15 mil burócratas del Departamento del Distrito Federal para asistir a un “acto de desagravio”. A las 13:00 hrs comienza el performance, la bandera rojinegra es bajada e incendiada por un hombre llamado Gonzalo Ruíz Paredes, quien da un discurso sobre honrar y respetar el lábaro patrio. Mientras el funcionario da su discurso patriotero los trabajadores comienzan a corear “Somos borregos, somos acarreados” en franco repudio a la puesta en escena por parte del DDF.

Un grupo de 5 mil estudiantes tratan de retomar el Zócalo y los burócratas se solidarizan con ellos. En ese momento,las puertas de Palacio Nacional se abren y salen varios grupos de soldados que atacan indiscriminadamente tanto a estudiantes como a burócratas. 14 tanquetas avanzan hacia el zócalo y tratan de embestir a los manifestantes que responden la agresión con piedras, palos y botellas.

De pronto, un preludio. Desde el tercer piso del Hotel Majestic, y desde edificios de las calles Madero, Pino Suárez y las instalaciones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, francotiradores comienzan a disparar en contra de los manifestantes y soldados. Estos responden disparando sus ametralladoras ligeras y fusiles de manera indiscriminada, hiriendo a estudiantes y ciudadanos. Dos tiradores son interceptados y entregados a la policía, pero misteriosamente ninguno es consignado. El hecho de que se hayan realizado disparos desde la sede de la SCJN indica que estos francotiradores debieron tener autorización de una autoridad de alto rango para ingresar armados a dicho recinto.

Esto nos indica que, ya desde el 27 de agosto comienza a ponerse en marcha una estrategia de provocación y represión por parte del Estado mexicano para, en principio mostrar ante la opinión pública a un movimiento estudiantil radicalizado y subversivo al que culparían de realizar un ataque armado en contra de los soldados, quienes al repeler la agresión terminarían desencadenando un tiroteo a mayor escala con consecuencias fatales. Un borrador de lo que se ejecutaría el 2 de octubre.

El día cierra con una declaración de guerra enunciada por voz de uno de los lacayos fieles del régimen priista: Fidel Velázquez: “Cualquier medida que tomen las autoridades para reprimir la actual situación estará plenamente justificada y será respaldada por el pueblo, y creo que ha llegado la hora de tomarla”.

La pesadilla comenzaba...

• Fuentes de referencia:

- 1968: Todos los Culpables. Jacinto Rodríguez Munguía

- La Conspiración del 68. Los Intelectuales y el Poder: Así se fraguo la matanza. Jacinto Rodríguez Munguía.

- La Violencia de Estado en México: Carlos Montemayor.

- Tres Culturas en Agonía. Jorge Carrión, Sol Arguedas y Fernando Carmona.

- La Noche de Tlatelolco: Elena Poniatowska

- Los Días y los Años: Luis González de Alba.


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