Redactado por Gerardo Alarcón Campos.
El Estado mexicano asumió que las botas militares y el estruendo del bazucazo en la Preparatoria 1 eran más que suficientes para reestablecer el orden y hacer que los estudiantes volvieran a clases, en silencio, con la cabeza agachada y sin protestar. Sin embargo, de nueva cuenta, no previó que ese mismo ejercicio del poder, soberbio y autoritario había detonado una chispa que iniciaría un incendio alimentado por el combustible de una larga cadena de agravios ocurridos en años anteriores y que pronto se extendería por la capital, amenazando con salir de la esfera estudiantil y propagarse hacia otros sectores sociales que ya habían sido reprimidos y que urgentemente necesitaban unirse al grito de ¡Ya basta!
Si bien en un principio la movilización estudiantil nace como producto del caos y el espontaneísmo, a medida en la que el conflicto escalaba, los estudiantes comenzaron a organizarse en aparatos representativos con el fin de resistir los embates de la autoridad que los retrataba ante los medios como masas irracionales y violentas que actuaban manipuladas por intereses oscuros y demostrar que sus demandas tenían racionalidad y legitimidad.
Aunado a ello, el bazucazo en la Prepa 1 orillo a las autoridades universitarias a posicionarse y con ello, se abrió la puerta de acceso a otros sectores sociales que construirían al desarrollo político, intelectual, propagandístico y cultural del movimiento estudiantil.
Para sorpresa de la comunidad estudiantil, la intervención del rector Javier Barros Sierra no fue en respaldo de las acciones ordenadas por el gobierno mexicano, sino en defensa de la autonomía universitaria, en contra de la represión y por la unión estudiantil para hacer del país un lugar con mayores libertades, concibiendo a la juventud como una fuerza con el potencial para transformar la realidad por medio de sus conocimientos.
Barros Sierra encabeza el 1 de agosto una manifestación donde también hacen acto de presencia los estudiantes del IPN, de la Universidad Autónoma de Chapingo y de la Escuela Normal. La marcha avanzaría por las calles de Nápoles y del Valle rumbo a Avenida de los Insurgentes, vigilados en cada milimétrico movimiento por agentes policiacos y soldados y escuchados en cada pequeña conversación por agentes de la DFS y la Sección Segunda de la SEDENA. Mientras Barros Sierra y un grupo de académicos marchan al frente, vestidos de negro en luto por la violación de la autonomía universitaria, los estudiantes exigen castigo a los responsables, disolución del cuerpo de granaderos, libertad a todos los presos políticos y gritan una consigna que hace eco en los espectadores que atestiguan la marcha: ¡Únete Pueblo!
Al llegar a Insurgentes, un grupo de personas trata nuevamente de enfilar la marcha hacia el Zócalo, el cual en ese momento se encontraba rodeado por barricadas militares. Sin embargo, a diferencia de la marcha del 26 de julio, el contingente no avanzaría hacia dicho lugar.
Ese mismo día, desde la ciudad de Guadalajara, Gustavo Díaz Ordaz hablaba por primera vez del conflicto estudiantil. Con un tono paternalista, como si el agraviado fuese él y no los estudiantes brutalmente golpeados por los cuerpos de seguridad, Díaz Ordaz ofrece su mano tendida a los estudiantes para reestablecer la paz y la tranquilidad púbica. Lejos de ser esto una invitación al diálogo, lo que Díaz Ordaz implica en su discurso es que los estudiantes deben pedirle perdón a la autoridad y que ésta se encontraba dispuesta a aceptar ese perdón. Nunca un llamado a la conciliación o el reconocimiento del abuso de autoridad; el Estado mexicano jamás se equivocaba. Los estudiantes reviran las palabras del presidente y exigen que a la mano de Díaz Ordaz se le haga la prueba de la parafina.
La marcha adquirió un enorme valor simbólico, pues la figura del rector daba un respaldo institucional a las demandas de los estudiantes y atrajo la atención de la comunidad académica e intelectual hacia el movimiento.
Sin embargo, algunos sectores de la base estudiantil también consideraron que la intervención de Barros Sierra significaba un intento del gobierno por encausar el movimiento estudiantil hacia una línea más oficialista, de limitar las demandas de los estudiantes únicamente a la liberación de sus compañeros presos y a todo asunto exclusivamente universitario, así como de pretender centralizar la dirección del movimiento dejando de lado a los comités de lucha estudiantil.
Al día siguiente, 2 de agosto, los estudiantes formalizan su organización con el nacimiento del Consejo Nacional de Huelga, el aparato de dirección del movimiento estudiantil que garantizaba la participación democrática de todos los planteles educativos. El CNH está integrado por representantes de la UNAM, IPN, Chapingo y la Escuela Normal. En su interior había distintas comisiones: relaciones con otras escuelas al interior de la república, brigadas, propaganda, finanzas, información y asuntos jurídicos.
Nacido de la organización estudiantil, el CNH tomaba el timón del movimiento demostrándole al Estado mexicano que los estudiantes no eran actores manipulados tras bambalinas por enemigos imaginarios, sino más bien una generación dispuesta a no seguir agachando la cabeza ante el poder.
El 4 de agosto el CNH da a conocer el pliego petitorio que desglosa en seis puntos las exigencias que movilizan a la comunidad estudiantil y a su vez, desglosan la principal demanda del movimiento: el cese de la represión. Los puntos son los siguientes:
1) Libertad a los presos políticos
2) Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecedo, y el teniente coronel armando Frías.
3) Extinción del cuerpo de granaderos, instrumento de la represión y no creación de cuerpos similares.
4) Derogación de los artículos 145 y 145 bis del código penal federal que tipificaban el delito de disolución social; instrumentos jurídicos de la represión.
5) Indemnización a las familias de los heridos y los muertos desde el 26 de julio en adelante.
6) Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de la policía, granaderos y el ejército.
Y amagan, como condición indispensable que la resolución de estos 6 puntos se lleve a cabo mediante un dialogo publico entre el CNH y el gobierno mexicano. Ante la vista de todos, no en privado para que las palabras no sean tergiversadas por la prensa bajo el control total del Estado.
Las demandas son claras, perfilan el carácter del movimiento. No se habla de la toma del poder, ni de sabotear las olimpiadas. Mucho menos hay la intención de instalar el comunismo en México. Solo la exigencia por que cese la represión y la autoridad se haga responsable por los daños que ha ocasionado a la comunidad estudiantil.
Pese a ello, el 3 de agosto de nueva cuenta, por órdenes expresas de la presidencia de la república y la secretaria de gobernación, todos los medios de comunicación lanzan un desplegado donde se acusa a una conjura comunista internacional de ser la principal responsable de instigar las movilizaciones estudiantiles. Así mismo, se reproduce hasta el cansancio el discurso de la mano tendida de Diaz Ordaz.
La FNET, fiel a su servilismo al poder, suscribe las palabras del presidente y amenaza con desconocer a todas las movilizaciones estudiantiles ajenas a su esfera. Pero al mismo tiempo es consciente que al estudiantado no le importa lo que diga la FNET, pues su papel como colaboradora en la represión del 26 de julio quedó más que evidente. Ante ello, trata de hacer control de daños y elabora también un pliego petitorio donde exigen la destitución de los elementos y jefes policiacos responsables de la represión los días 22 y 26 de julio, liberación de los estudiantes detenidos, indemnización para las familias de los heridos y que se creen nuevos reglamentos para regular, la liberación de los planteles tomados por el ejército y controlar el uso de la fuerza por parte de los elementos policiacos. Como fieles miembros del sistema, algunas de las demandas de la FNET son resueltas por el DDF. Pese a ello, nada podrá reestablecer su legitimidad.
El 5 de agosto el CNH convoca a una manifestación para invitar a todas las escuelas a suscribirse a las demandas plasmadas del pliego petitorio. Un contingente saldría de Ciudad Universitaria mientras otro de la Unidad de Estudios de Zacatenco. La FNET, tratando de rescatar capital político, convoca a una manifestación ese mismo día, pero son ignorados. Su líder José R. Cebreros trata entonces de integrarse a la marcha convocada por el CNH, pero es expulsado por los estudiantes.
El movimiento estudiantil camina con piernas propias., si bien dentro de la comunidad estudiantil y académica se hacen llamados para suscribirse a las acciones encabezadas por Javier Barros Sierra, el CNH deja en claro cuáles son los objetivos del movimiento y llama tanto al rector como a las autoridades educativas a defender las demandas plasmadas en el pliego petitorio.
Mientras tanto, el Estado mexicano alistaba sus fuerzas para atacar nuevamente.
• Fuentes de Referencia:
- 1968: Todos los Culpables. Jacinto Rodríguez Munguía
- La Conspiración del 68. Los Intelectuales y el Poder: Así se fraguo la matanza. Jacinto Rodríguez Munguía.
- La Violencia de Estado en México: Carlos Montemayor.
- Tres Culturas en Agonía. Jorge Carrión, Sol Arguedas y Fernando Carmona.
Comentarios
Publicar un comentario