Redactado por Gerardo Alarcón Campos.
La represión del 26 de julio significó el inicio formal del movimiento estudiantil de 1968. La propensión del Estado mexicano por imponer su autoridad y mantener el orden por medio de la más cruenta y desproporcionada violencia provocó que un pleito entre escuelas rivales, una protesta en contra de las arbitrariedades de la policía y la conmemoración de una fecha de suma importancia para el socialismo latinoamericano se convirtiera en un movimiento estudiantil y popular que uniría a diversos sectores de la sociedad mexicana en contra de ese autoritarismo tan visceralmente violento ante la menor provocación.
Peor aún, pese a que fue la intervención del Estado lo que agravó el conflicto inicial, las autoridades culparon a los estudiantes de ser parte de un complot comunista para sabotear las olimpiadas y desestabilizar al país; dicha tesis fue promovida ante los medios de comunicación el 27 de julio por el Subjefe de la Policía Preventiva del Distrito Federal, el mayor Raúl Mendiolea Cerecero y suscrita por el jefe de la Policía Preventiva del Distrito Federal, el general Luis Cueto Ramírez.
La reacción de los estudiantes no se hizo esperar y a partir del 27 de julio las preparatorias 1.2 y 3 de la UNAM son tomadas por los estudiantes, la Universidad Autónoma de Chapingo se declara en Huelga, mientras que los estudiantes del IPN también entran en paro y el 29 de julio celebran una asamblea donde desconocen a la FNET como órgano representativo, denunciando que sus líderes fueron los que solicitaron la intervención de la policía para golpear a los estudiantes que en la teoría debían representar y defender . Ese mismo día comienzan a gestarse los primeros comités de lucha y comienzan a plantearse las demandas que estarán contenidas en el emblemático pliego petitorio del movimiento.
Mientras los estudiantes se preparan para luchar políticamente y resistir el embate de los granaderos, el Estado mexicano se prepara para ir a la guerra. En las primeras horas del día 30 de julio, Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación y Alfonso Corona del Rosal, Regente de la Ciudad de México, anuncian la intervención del ejército en el conflicto. La justificación: reestablecer el orden, proteger la autonomía universitaria y neutralizar a los agitadores que estaban utilizando a los estudiantes para desestabilizar al país, todo ello mientras se exaltan las supuestas libertades que se gozan en México y el respaldo de dichas acciones por la legalidad.
Mientras se desarrollaba esta conferencia de prensa se pone en marcha la Misión Azteca, la operación militar destinada a retomar el control de las preparatorias 1,2 y 3 de la UNAM y las vocacionales 2,5 y 7 del IPN. Al mando de estas operaciones están dos mandos militares que, dos meses después, formarían parte de la operación genocida de Tlatelolco: los generales Crisóforo Masón Pineda y José Hernández Toledo.
A las 0:45 hrs, elementos militares apoyados por vehículos blindados se posicionan afuera de las instalaciones de la Prepa 1 localizada en San Ildefonso, donde días atrás los estudiantes habían repelido con una lluvia de pedradas a los granaderos. La venganza del Estado mexicano sería absurda y desproporcionada: con una bazuca los soldados revientan la puerta de madera labrada y, a bayoneta calada, los soldados ingresan al edificio. Los estudiantes son golpeados, desnudados, y a quienes tenían el cabello largo se les cortaba con la bayoneta. Mas absurdas serían las declaraciones del secretario de la Defensa Nacional, el general Marcelino García Barragán, que pese a la existencia de fotografías que registraron el bazucazo, este acusa a los estudiantes de haber derribado la puerta con bombas molotov.
Un aproximado de 100 estudiantes son detenidos en las preparatorias 1 y 3. No conforme con ello, el ejército auxiliado por el cuerpo de granaderos catea ilegalmente todos los domicilios y edificios aledaños en búsqueda de estudiantes. Cientos de civiles completamente ajenos al conflicto son golpeados en sus propios domicilios. El zócalo es resguardado con tanquetas.
En la Ciudadela, frente a las vocacionales donde todo comenzó, la fuerza de ataque está ecabezada por un contingente de granaderos que realiza algunas detenciones en las calles aledañas. Los estudiantes se acuartelan en los planteles y como pueden tratan de resistir el ataque. Sin embargo, nada pueden hacer contra el apabullante avance del ejército, que al igual que en las preparatorias de la UNAM, avanza a bayoneta calada golpeando y sometiendo los cuerpos de los estudiantes y destruyendo todo el mobiliario que encuentran a su paso.
El amanecer podría parecer desolador. Pero mientras el gobierno de Díaz Ordaz reafirmaba lo que había expresado en las primeras horas de ese 30 de julio, los estudiantes se preparaban para continuar la lucha. Porque lejos de sofocar a la subversión imaginaria, las acciones represivas del gobierno terminaron por convencer a la totalidad de la comunidad politécnica y universitaria de la importancia de tomar la calle y confrontar a ese poder autoritario y represivo que únicamente estaba empeorando la situación al ejecutar esa violencia tan absurdamente desproporcionada.
El estruendo del bazucazo en San Ildefonso resonaría por toda la UNAM, Javier Barros Sierra, rector de la universidad, se ve orillado encabezar y tomar la palabra en el mitin convocado en Ciudad Universitaria la tarde de ese 30 de julio y ante más de 20 000 estudiantes y maestros de la UNAM, de la Escuela Normal y de la Universidad Autónoma de Chapingo, denunció la violación de la autonomía universitaria por el ejército, hizo la bandera a media asta en señal de luto por las víctimas y convoca para el 1º de agosto a una manifestación encabezada por él.
El movimiento crecía en legitimidad y en número y al mismo tiempo crecía la paranoia e irracionalidad del Estado mexicano que ya esperaba a los estudiantes del otro lado de la calle, armados con fusiles y tanquetas.
• Fuentes de Referencia:
- 1968: Todos los Culpables. Jacinto Rodríguez Munguía
- La Conspiración del 68. Los Intelectuales y el Poder: Así se fraguo la matanza. Jacinto Rodríguez Munguía.
- La Violencia de Estado en México: Carlos Montemayor.
- México: Una democracia utópica. El movimiento estudiantil de 1968: Sergio Zermeño.
- Tres Culturas en Agonía. Jorge Carrión, Sol Arguedas y Fernando Carmona.
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