Redactado por Gerardo Alarcón Campos.
Las acciones represivas del 28 y 29 de agosto augurarían aquellas que serían implementadas la tarde del 2 de octubre. En la tarde del día 28, francotiradores abrirían fuego contra estudiantes que trataban de retomar el zócalo después de haber sido desalojados durante la madrugada, contra los burócratas que el Departamento del Distrito Federal había acarreado para el acto de desagravio de la bandera nacional y contra el personal militar que trataba de desalojarlos, esperando, tal vez, que estos últimos accionaran sus armas contra la multitud.
Quizás, gracias al desconocimiento y descoordinación entre los mandos militares a cargo de las tareas de desalojo en el Zócalo y quienes dieron órdenes a los francotiradores, fue que estos últimos pudieron ser detectados y detenidos, aunque ese mismo día fueron puestos en libertad.
Las acciones represivas no se detendrían, durante noche, agentes del Servicio Secreto trataron de secuestrar a Heberto Castillo, integrante de la Coalición de Profesores en su domicilio. Después de ser sometido a una brutal golpiza que le dejaría una fisura en el cráneo, una herida en el vientre, lesiones en la rodilla y luxaciones en los dedos de las manos, Heberto logra escapar y se dirige a Ciudad Universitaria en donde es auxiliado por los estudiantes. Heberto permanecería 8 meses viviendo en la clandestinidad hasta que a principios de abril de 1969 es detenido por agentes de la Dirección Federal de Seguridad encabezados por Miguel Nazar Haro.
El 29 de agosto otro preámbulo tendría lugar, ahora en el sitio que semanas más tarde sería el escenario de la masacre: Tlatelolco. A las 4:00 de la mañana, las instalaciones de la Vocacional 7 por individuos vestidos de civil y armados con rifles M-1, ametralladoras y pistolas. Ataques similares se reportarían en la Vocacional 5 y en el Colegio de México.
Los vecinos de la unidad habitacional de Nonoalco-Tlatelolco se solidarizarían con los estudiantes: sus hijos y vecinos. En repudio al ataque cometido en la madrugada, los vecinos realizan un mitin que rápidamente es rodeado por un contingente de granadero y soldados que arribarían a bordo de 26 tanquetas y 13 camiones. En otras partes de la ciudad, el ejército realiza redadas para detectar y detener a los brigadistas.
Durante la noche se produce un nuevo ataque por parte de los individuos vestidos de civil. El grupo ingresa a la Vocacional 7 armados no solamente con armas de fuego, sino también con cadenas, garrotes, y demás objetos contundentes. Los atacantes ingresan al plantel, destruyen mobiliario, rompen propaganda y golpean salvajemente a los estudiantes para posteriormente trasladarlos a los camiones de redilas del ejército.
Otro grupo de atacantes hace lo mismo en los edificios de la unidad de Tlatelolco, irrumpiendo en los departamentos y golpeando a sus habitantes. Pese a que los vecinos solicitan el auxilio a soldados y granaderos, estos se limitan a observar. El saldo del ataque sería de 34 personas heridas entre estudiantes y vecinos, mientras que los detenidos en Tlatelolco y otros puntos de la ciudad son trasladados al Campo Militar No. 1.
La identidad de los atacantes fue objeto de debate. En su momento, algunos militantes del movimiento estudiantil señalaron al Movimiento Universitario de Renovadora Orientación y a la CIA como responsables de los ataques. El MURO fue una organización de ultraderecha católica cuyos orígenes se remiten al Frente Universitario Anticomunista, otro grupo de iguales características fundado dentro de la Universidad Autónoma de Puebla en 1955 y ambas a su vez, fueron fachada de la Organización Nacional del Yunque, fundada en 1953.
Desde su nacimiento en 1961, el MURO se caracterizó por realizar ataques en contra de maestros y estudiantes de izquierda o pertenecientes a otros sectores sociales y religiosos considerados antagónicos por la ultraderecha católica. Esta hipótesis toma fuerza cuando el 8 de septiembre el MURO celebra un mitin en la Plaza de Toros México, en donde expresan su pleno respaldo a Gustavo Díaz Ordaz y celebran los actos represivos del ejército, pues los consideran necesarios para salvar a México del comunismo.
Pero en lo que respecta a los ataques contra la Vocacional 7 y otros centros educativos en 1968, es ampliamente probable que los responsables fueran el grupo de choque de tipo paramilitar que el regente del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, utilizaba para disolver manifestaciones por la fuerza y que actuarían el 26 de julio al provocar y atacar a los manifestantes politécnicos y comunistas.
Dichos grupos estaban compuestos en su mayoría por empleados de la Dirección de Servicios Generales del Distrito Federal. Dentro de dicha dirección se encontraba el coronel Manuel Díaz Escobar como subdirector, quien tenía la tarea de seleccionar a los empleados de las diferentes áreas de dicha dirección y de reclutar a porros y pandilleros para entrenarlos en técnicas de combate cuerpo a cuerpo y manejo de armas de fuego. La existencia y nombre de este grupo saldría a la luz casi tres años después, el 10 de junio de 1971: Los Halcones.
Justamente, algunos ex halcones detenidos por cometer distintos delitos declararían haber participado en los ataques realizados a las escuelas durante el 68, y que para ello recibieron armamento de manos del ejército y contaban con total libertad para disparar, golpear y hasta matar sin que las fuerzas de seguridad intervinieran para detenerlos.
El primero de septiembre Gustavo Díaz Ordaz rinde su cuarto informe de gobierno. El movimiento estudiantil aguardaba expectante. Durante agosto se había desarrollado una histórica jornada de protestas que habían logrado que grandes sectores de la sociedad suscribieran las demandas estudiantiles. Por otra parte, la represión del Estado incrementaba cada día y la ciudad de México se encontraba en estado de sitio.
El CNH y los estudiantes esperaban que el presidente hiciera el llamado al diálogo público o planteara alguna vía de resolución para el conflicto. Lo que recibieron en cambio fue una frase escalofriante que sería el preámbulo del trágico desenlace:
“Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados; pero todo tiene un límite y no podemos permitir ya que se siga quebrantando el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”.
Díaz Ordaz declaraba formalmente una guerra que, en los hechos, ya había sido iniciada desde finales de julio. Cerrada completamente a toda vía de diálogo y resolución por medios institucionales, el presidente da la orden a los aparatos de seguridad, principalmente al ejército, invocando el articulo 89 fracción VI de la Constitución Política para acabar con el movimiento pase lo que pase, por los medios que sean necesarios.
Pese a la amenaza de la represión, el CNH insiste en el dialogo. El 3 de septiembre lanza un manifiesto a la nación exhortando al presidente a retomar la vía del dialogo bajo las siguientes condiciones:
1) Basado en los 6 puntos del pliego petitorio
2) Desarrollado entre representantes del Poder Ejecutivo y el CNH
3) Que se realice en la Unidad del Congreso del Centro Médico del IMSS el 9 de septiembre
4) Se realice en presencia del pleno del CNH y la Coalición de Profesores de Enseñanza Media Superior y Superior Pro-Libertades Democráticas.
5) Sea transmitido por radio y televisión
El 6 de septiembre, el gobierno mexicano responde invocando el articulo 8 constitucional, donde se establece que toda petición realizada a cualquier funcionario debe ser presentada por escrito, para de ahí perderse en los abismos de la indiferencia gubernamental. Una manera de eludir el diálogo.
La respuesta del movimiento: convocar a un mitin el 7 de septiembre en uno de los sitios que les habían prestado solidaridad refugio, Tlatelolco. En total, aquella tarde se reúnen un aproximado de 25 mil personas, con antorchas en la mano, rodeadas a su vez de un cinturón de soldados y granaderos a la espera de la orden para iniciar las agresiones.
En los días siguientes, los ataques armados contra los centros escolares continúan. En la Escuela Nacional de San Carlos, hombres armados retiran propaganda del CNH y abren fuego contra las instalaciones. En Azcapotzalco, una camioneta que trasladaba estudiantes de la Facultad de Ciencias es agredida a balazos. En Buenavista tres estudiantes de derecho son secuestrados y golpeados. En el Mercado Morelos, un mitin informativo de estudiantes de Física y Matemáticas es disuelto violentamente por los granaderos.
El 9 de septiembre, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, llama a los estudiantes al retorno a clases. El CNH y el estudiantado se niegan a levantar la huelga hasta que las demandas del movimiento sean cumplidas. Sin embargo, no buscan pelar contra el rector, y le externan su apoyo en contra de las presiones a las que estaba siendo sometido por parte del gobierno.
El 10 de septiembre el CNH lanza un nuevo comunicado, denunciando las pretensiones del gobierno para llevar el proceso de dialogo por la vía del trámite burocrático, y que, a pesar de ya haber presentado las solicitudes debidas por escrito, tal y como lo establecía la ley, el gobierno lo único que hacía era ignorar las peticiones y priorizar la represión. Ante ello, proponen combatir el silencio con más silencio, convocando a una manifestación el día 13 de septiembre.
El Estado mexicano responde con una campaña de miedo para desincentivar la asistencia a la manifestación. Un día antes, se reporta el sobrevuelo de helicópteros que dejan caer miles de papeles, firmados por supuestas organizaciones de padres de familia y en los que se pide a las familias impedir que sus hijos asistan a la manifestación, pues aparentemente estaban planeadas varias acciones violentas que los pondrían en riesgo. Pea las amenazas, la marcha continúa como había sido planeada.
El punto de encuentro sería de nueva cuenta el Museo Nacional de Antropología e Historia a las 3:00 de la tarde. Una gigantesca multitud de estudiantes de todas las partes del país, maestros, padres de familia, obreros, campesinos, petroleros, ferrocarrileros, trabajadores y transeúntes se iban sumando a un contingente que alcanzaría el total de 250 mil personas avanzaría sobre el Pase de la Reforma, Juárez, Madero, 5 de mayo con destino final el Zócalo.
La tensión era palpable en el aire. En cualquier momento los soldados podrían avanzar con tanquetas, gases, macanas y fusiles en contra de los manifestantes para cumplir la orden de Díaz Ordaz: Acabar con todo sin importar el costo.
Pero en cambio, ante el lento y disciplinado avance en silencio, el contingente fue cobijado por los aplausos de los habitantes de la ciudad que se agolparon en torno a la manifestación para expresar toda su solidaridad. El zócalo era conquistado nuevamente por una de las marchas más emblemáticas y significativas del movimiento estudiantil, consolidándolo como un movimiento de masas que hallaba en él la representación de sus propias demandas y anhelos por conseguir un país más libre, democrático, sin represión.
Durante el mitin, uno de los oradores toma la palabra para responder a las amenazas pronunciadas por Díaz Ordaz durante su informe de gobierno:
“Todavía pueden desatar la más brutal de las represiones, pero ya no nos doblegarán; no nos pondrán de rodillas. Hemos comenzado la tarea de hacer un México justo, porque la libertad la estamos ganando todos los días”.
La manifestación concluye con saldo blanco. Las masas se dispersan para regresar a sus casas. Aquellos que habían llegado al Museo en vehículos y camiones descubren que sus vidrios habían sido apedreados y las llantas ponchadas. Durante la marcha, varias personas armadas con varillas, palos y metralletas habían llegado al lugar para destrozar los vehículos.
• Fuentes de referencia:
- 1968: Todos los Culpables. Jacinto Rodríguez Munguía
- La Conspiración del 68. Los Intelectuales y el Poder: Así se fraguo la matanza. Jacinto Rodríguez Munguía.
- La Violencia de Estado en México: Carlos Montemayor.
- Tres Culturas en Agonía. Jorge Carrión, Sol Arguedas y Fernando Carmona.
- La Noche de Tlatelolco: Elena Poniatowska
- Los Días y los Años: Luis González de Alba.
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